lunes, 5 de julio de 2010

Sendero Luminoso: 40 años de presencia en San Marcos y su inexistente contribución académica.

Nulo aporte académico de Sendero en San Marcos

Por: Rodrigo Montoya Rojas (Antropólogo)

Los miembros de Sendero Luminoso en el país tratan de aprovechar la oportunidad de sobrevivir ofrecida desde 1990 por las FF.AA. y los gobiernos a cambio de conservar sus cuotas de poder y usar el miedo como componente político. Pudieron reunir en San Marcos a 30 ó 40 manifestantes que quieren la libertad de su jefe Abimael Guzmán. Menos del O.13 % de 30,000 estudiantes tiene la fuerza de las máscaras del pasado para asustar a muchas gentes. Hay también un pequeño bloque de senderistas orales que parecen valientes pero se asocian gentilmente a las autoridades universitarias para tener puestos, exigir promociones y favores. Son los que en tiempos de Fujimori marcharon en desfiles militares.

En casi 40 años de presencia en San Marcos (y en el país) el balance sobre la contribución académica de SL es lamentable. Ni un libro, ni una tesis, ni un artículo en Ciencias Sociales con un mínimo de seriedad para entender mejor la realidad peruana. Han sido y siguen siendo portadores de una letanía gastada sobre el “sendero luminoso de Mariátegui”. No conocemos a nadie de los llamados senderistas capaces de seguir aquel sabio consejo de Mao Tse Tung en el prefacio a sus “Estudios rurales”: no tiene derecho a la palabra quien no ha investigado la realidad. En muchos años de residencia en Ayacucho Abimael Guzmán no hizo esfuerzo alguno para aprender quechua, entender el mundo andino y escribir por lo menos un libro con alguna contribución. Para él y sus seguidores la Universidad es sólo una fuente de futuros cuadros, un comedor, una residencia para estudiantes de provincias, una caja de resonancia, un refugio.

¿Debemos a los senderistas alguna contribución en el debate de ideas y propuestas? No. Permítanme lectoras y lectores compartir con ustedes una pequeña historia personal. Cuando en 1971 fui a la Universidad de Ayacucho a presentar mi libro sobre la predominancia del capitalismo en Perú, los senderistas me recibieron con volantes en los que decían que yo era “un profesor académico pequeño burgués”, un “trotskista pro imperialista”, “un enemigo de Ayacucho”. En el libro me atreví a tratar de probar con cifras y argumentos que el Perú no era entonces un país feudal o semifeudal, como afirmaban ellos, los de Patria Roja y el PC pro soviético. Amenazaron con colgarme en la higuera de la Universidad. (Carlos Tapia fue testigo de ese hecho). 15 años después, un alumno senderista oral me acusó de ser un mal profesor por exigir que los alumnos leyesen los textos de John Murra, uno de los antropólogos más importantes, considerado por él como “un imperialista”.

No dicen una palabra sobre la sociedad peruana de hoy, el capitalismo, la colonialidad mundial del poder, la relación entre las culturas y el poder en Perú, la democracia en serio, el Estado plurinacional, y la necesidad de otro desarrollo, como el Allin kawsay - Buen vivir, propuesto por el movimiento indígena en América latina.

Fuente: Diario La Primera (Perú). 03 de julio del 2010.

Entre la "tolerancia" y la "aceptación". La comprensión de las diferencias y la riqueza de la diversidad cultural.

¿Por qué la tolerancia es una palabra fea?

Por: Juan Arias.

Zapeaba hace unos días en la televisión cuando me encontré con una entrevista a Hussein, el fallecido rey de Jordania. De repente le escuché una frase que me dejó perplejo por unos segundos: "Tolerancia es una palabra fea", dijo. En su opinión, con el diferente, con el emigrante, con el que consideramos de otra cultura no deberíamos usar la palabra "tolerancia", sino "aceptación".

Me quedé pensando: ¿pero no es tolerancia lo que pedimos, en defensa de los que no comulgan con nosotros? ¿Cómo puede ser fea una palabra con la que hoy sueñan todos los que defienden los derechos humanos, la libertad de credos y de culturas? ¿Es que no son entonces intolerantes los que rechazan a los que no piensan o no rezan o no visten o no cantan como nosotros o como a nosotros nos gustaría que lo hicieran? ¿No proclaman la tolerancia aquellos que defienden el derecho de todos a vivir como mejor les plazca mientras respeten a los demás?

Afirmar que la palabra tolerancia es fea, poco evangélica, demasiado raquítica, puede parecer una provocación. A mí me lo pareció en un primer momento, escuchando al pacífico rey de Jordania. Me fui, por ello, a consultar el Diccionario de la Real Academia Española donde el verbo tolerar, del latín, tolerare, se define así: "Sufrir, llevar con paciencia. Soportar algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente. Resistir, soportar".

Empecé a pensar que quizás tenga razón Hussein bin Talal, porque soportar, sufrir, llevar con paciencia, que alguien profese una fe diferente de la mía, o que piense de otro modo en política de lo que a mí me guste, o que se pasee, si así le gusta, en traje de baño por la calle, o con la cara cubierta por el burka, es bien poco. No es así como se puede crear una paz estable, una convivencia en alegría. No basta con soportarlo, con sufrirlo, con tolerarlo. Limitarse a "soportar algo que no se tiene por lícito", no va a evitar el choque de civilizaciones o la guerra de religiones. De soportar a prohibir hay un paso.

La mejor forma de convivir codo a codo con los que consideramos diferentes -¿ellos no nos considerarán también a nosotros diferentes?- más que tolerarlos es aceptarlos. La diferencia es enorme. El mismo Diccionario de la Lengua define el verbo aceptar como "aprobar, dar por bueno", algo que "merece aplauso".

Entendida así la famosa tolerancia que consideramos el sumo de nuestra generosidad con el distinto, las cosas cambian radicalmente. Si doy por bueno y hasta aplaudo la fe del otro aunque sea diferente de la mía -¿por qué tendría que ser peor?- no hay ya espacio para la contienda, para la reducción del diferente al que, simplemente "sufro con paciencia". Con la aceptación de aceptar, en vez de tolerar, puedo incluso servirme del diferente para enriquecerme, porque puede que hasta descubra que lo que hace, piensa o cree es mejor o que por lo menos complementa lo que yo creo, hago o pienso.

Hay cristianos -recordemos al filósofo marxista Roger Garaudy- que en un cierto punto de su vida consideraron que la fe del Islam era mejor que la suya y la abrazaron.

Hay católicos que se han sentido atraídos por el budismo o por el judaísmo. Hay marxistas que se han convertido a los valores democráticos y capitalistas duros que se han pasado a las filas de la socialdemocracia.

Si acepto, es decir, si apruebo y hasta aplaudo al diferente sencillamente porque supone una riqueza para la sociedad, doy un paso adelante hacia la comprensión y la apreciación de lo que yo no tengo o soy, pero que tiene valor en sí mismo. Es bajo esta dinámica que las guerras pueden comenzar a ser inútiles; que los pueblos pueden llegar a complementarse en vez de antagonizarse. Pueden enriquecerse con sus diferencias no ya toleradas sino comprendidas y aplaudidas porque nos complementan.

Todo el que haya viajado a países de culturas y credos diferentes de los propios habrá podido observar -si viaja sin prejuicios- que los encuentros con lo diferente acaban enriqueciéndole, que se admira ante lo que desconocía y que quizás ni hubiese imaginado que existía.

Personalmente, confieso, que a pesar de haber estudiado en cuatro universidades, donde más he aprendido, lo que más ha enriquecido mi mente y mi corazón, han sido los viajes: a la África misteriosa, a la India mística, al Japón de la modernidad, a la China de la cultura milenaria, al Egipto de los Templos increíbles; a la Oceanía mágica. He aprendido más, en los años que llevo en Brasil, sobre la felicidad y sobre la sabiduría escondida en la pobreza, en lo que significa trabajar para vivir en vez de vivir para trabajar, que en todos los libros, por sesudos que hayan sido, que han pasado por mis manos.

Europa fue rica por su diversidad. Hoy se está empobreciendo espiritualmente porque, como mucho tolera las diferencias, sin aceptarlas ni aplaudirlas, a veces hostigándolas.

Si es cierto que solo envejece quien pierde la capacidad de sorprenderse, no me cabe la menor duda de que la aceptación feliz de lo nuevo y de lo diferente podría ser el mejor antídoto y la mejor terapia contra ese desencanto y aburrimiento que nos abotargan con solo lo conocido y hace que despreciemos lo desconocido que nos ofrece una seguridad falsa y estéril.

Fuente: Diario El País. Lun,06/07/2010

jueves, 1 de julio de 2010

¿Qué es izquierda, qué es derecha?. La dicotomía izquierda-derecha.

“Muy inteligente, pero de izquierda”

Por: Manuel Rodríguez Cuadros (Ex canciller del Perú)

Interrogado por un diario local, Alfredo Ferrero, ex ministro de Industria y Comercio, aludiendo a mi actitud como canciller en las negociaciones del TLC con los Estados Unidos, señala que soy “muy inteligente, pero de izquierda”. Me referiré a esto. Lo del TLC lo dejo para un próximo artículo. La alusión a la inteligencia lo tomo como un amigable cumplido. Me quedo con la frase que a esa supuesta virtud añade un defecto que presume cierto: “pero es de izquierda”.

Esta referencia denota un asunto crucial en la política peruana que cobrará importancia en el proceso electoral. ¿Qué es izquierda, qué es derecha? ¿Es válida esta distinción en el siglo XXI? Para los posmodernos de la década de los ochenta y noventa se trataría de una distinción superada; no obstante, que ellos mismos elevaron la desregulación del mercado y el ejercicio del poder unilateral a la pretensión de una nueva ideología universal. Las tesis posmodernas neoconservadoras al influjo de las guerras en Irak y Afganistán, las elecciones en los Estados Unidos y la crisis financiera producida por la desregulación extrema, están de retirada. Al Gore las definió acertadamente como un “ataque a la razón”. Hoy el debate teórico regresa a visiones más razonables de la relación mercado-Estado nacional-sistema internacional.

Aquietadas las aguas del debate epistemológico y filosófico sobre la direccionalidad de la sociedad y las ideas en el siglo XXI, cuya única certidumbre constatada por el propio Fukuyama es que la historia no ha terminado, creo que la dicotomía izquierda-derecha, ciertamente, no representa ya las imágenes que conllevó en la guerra fría; pero que con nuevos alcances y en nuevas realidades sigue siendo útil para posicionar ideas y conductas políticas en la sociedad. Antes que referir ideologías cerradas del pasado, en el mundo de hoy cristaliza valores, conductas, programas y decisiones de gobierno.

En los siglos XIX y XX, la izquierda era igualdad y la derecha libertad. En nuestros días la libertad es un valor más acendrado en la izquierda democrática que en la derecha. Pero en el centro de la diferencia está el valor de la equidad y la cohesión social, lo que antes se llamaba igualdad, que es lo que distingue esencialmente a una y otra. A diferencia de la derecha, para la cual la desigualdad es sólo un dato de la realidad que el mercado recrea y el asistencialismo modera, para la izquierda democrática la equidad social es un componente esencial de la propia libertad, del acceso al poder de todos y no sólo de pocos, de la eliminación de la exclusión, de la legitimidad de la democracia y de la realización de la justicia. Y asigna en esa tarea al estado y a la sociedad civil, además del mercado, responsabilidades esenciales. Por eso es neokeynesiana y no neoliberal.

Cree en los equilibrios, en la existencia de bienes públicos, como la salud, la Educación, el transporte, la seguridad y la defensa nacional, que no pueden ser realizados sólo por el mercado, y en políticas redistributivas a través del pacto fiscal, la democratización de las oportunidades y políticas sectoriales de desarrollo social. Al entender la política sin exclusiones, abre el camino del entendimiento y al diálogo con todos los sectores de la sociedad, trabajadores y empresarios. Y por ello gravita hacia el centro, no como una tercera vía, sino como un punto de encuentro de todas las corrientes políticas y sociales democráticas y nacionales. Esa es mi visión de la izquierda moderna, democrática y nacional, a la que se ha referido Alfredo Ferrero, quizás sin intuirla.


Fuente: Diario La Primera (Perú). 01 de junio del 2010.