jueves, 7 de junio de 2012

Debate sobre la democratización y masificación de la producción cultural. Ensayo "La civilización del espéctaculo" de Mario Vargas Llosa.


El espectáculo de la incivilización

Por: Pablo Quintanilla (Filósofo)

El más reciente libro de Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, ha despertado internacionalmente muy duras críticas. Aunque coincido con algunas, creo que varias no son justas. Su tesis central es que las últimas décadas muestran una decadencia intelectual que está asociada a la democratización y masificación de la producción cultural. Según el autor, los estándares de calidad se han flexibilizado tanto, en todas las artes y letras, que estas se han banalizado y convertido en objetos comerciales, poco originales y superficiales.

Vargas Llosa ha sido cuestionado por, pretendidamente, tener una concepción restringida, elitista y jerarquizada, donde solo cuenta como cultura lo que han producido las élites europeas de los últimos siglos. La posición de Mario, sigue el cuestionamiento, sería eurocéntrica y autoritaria, además de políticamente muy incorrecta, al desvalorizar formas culturales más populares o heterodoxas, que no corresponden al canon clásico europeo.

No pretendo hacer exégesis de Vargas Llosa, pero me parece factible interpretarlo de una manera más generosa. Según esa lectura, la palabra “cultura” tiene diversos significados, siendo uno de los más importantes el que alude a toda información que se transmite de manera no genética de una generación a otra y, en este sentido, todas las culturas y todos los productos culturales son igualmente interesantes, importantes y valiosos. Pero hay un sentido más específico que coincide con lo que se suele llamar “cultura de élite”, es decir, con la producción que es valorada por una comunidad porque sus miembros consideran que esta representa lo mejor de ellos mismos, donde el término “élite” no está asociado al poder político o económico, sino al aprecio y reconocimiento de la sociedad. Así, por ejemplo, Humareda, Vallejo y Arguedas son parte de la élite cultural peruana, porque han generado obras que reconocemos como valiosas, en tanto creemos que representan lo mejor de lo que, como sociedad, hemos producido.

La queja de Mario es que, mientras antes existían criterios suficientemente compartidos y razonablemente justificados, que nos permitían valorar las obras de esas personas, porque iluminan aspectos de nuestras vidas que merecen ser tomados en cuenta, ahora los criterios se han debilitado tanto que los malos best sellers son los dueños del Parnaso. En este punto no me parece que Mario yerre en desear que exista un debate serio y racional que nos permita distinguir la profundidad y calidad, frente a la superficialidad y el mal gusto.

Pero tendremos que preguntarnos cuál es la causa de la banalización contra la que estamos protestando. Ella es la sociedad de consumo, que ha desvalorizado los objetos y los ha convertido en deleznables y prescindibles, llenando nuestro mundo de cosas efímeras, descartables y baratas. ¿Por qué la cultura producida por esa sociedad no sería igualmente precaria, fugaz y perecedera? Como se ha señalado con frecuencia, es curioso que Mario diagnostique el síntoma pero no la causa, siendo esta tan obvia.
Si creemos que el mercado es un mal necesario, tenemos que aceptar sus consecuencias: los cánones se han debilitado y los criterios son imprecisos. En un sentido ello es positivo, porque permite que uno elija sin estar constreñido por la autoridad de la tradición o de los especialistas. Pero es también negativo, porque sin criterios que nos permitan valorar razonablemente en un mar de opiniones, donde es imposible evaluarlas todas, la propia libertad de elegir está en riesgo, dado que uno solo puede optar libremente sobre la base de información relevante y precisa.

No es que los criterios de valoración hayan desaparecido, es que hay varios conjuntos diferentes de criterios; lo que no resulta claro es cómo elegir entre ellos. Existen debates al respecto, pero estos suelen estar recluidos al ámbito académico y no salen al gran público. Se ha democratizado el acceso a la cultura, pero ahora falta que también se democratice el acceso a los debates acerca de los criterios para elegir en esta jungla que es la vida contemporánea. En otras palabras, la banalización cultural no es producto de una excesiva sino de una insuficiente democratización de la cultura. Es necesario que el consumidor de cultura (que lo somos todos, de una u otra manera) se sienta compelido a reflexionar sobre las razones por las que elije una cosa y no otra. Con eso bastaría. 

Por eso, a diferencia de Vargas Llosa, soy optimista acerca del futuro. Ahora observamos un espectáculo de incivilización atacándonos por todos los frentes, especialmente el mediático. Pero confío en que la selección natural y la prueba del tiempo se encarguen, como siempre lo han hecho, de separar los productos culturales de interés coyuntural, de aquellos otros que tienen un horizonte de interlocución más amplio.

Fuente: Diario 16 (Perú). 07 de junio del 2012.

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