De muertes y renacimiento
Por: Guillermo Giacosa (Periodista)
Fue inevitable que la reciente e inesperada muerte de Néstor Kirchner me llevara al recuerdo de las muertes de Evita y Perón. El deceso de Eva Duarte fue festejado por mi padre como si se tratara de un éxito personal. Yo tenía apenas doce años y no entendía su alegría de la que nadie en casa participó. Años más tarde, en 1974, siendo yo líder barrial del peronismo en Rosario, asistí a la muerte de Juan Domingo Perón. Fue una jornada inolvidable. Una suerte de impronta emocional que vuelve recurrentemente a mí para recordarme el valor de la solidaridad y el quehacer comunitario. En realidad esos días valieron tanto como una carrera universitaria orientada a conocer las profundidades psicosociales del pueblo argentino. Y lo digo en plural pues fueron varios los días de pesar y luto que pasaron a enriquecer mi comprensión de algunos fenómenos políticos y que abrieron, en mis sentimientos, surcos tan desconocidos como inesperados. Con el peronismo –al que llegaba de una familia acomodada y por tanto profundamente antiperonista– descubrí emociones colectivas que hasta entonces había reservado al fútbol.
Sentirse parte de algo mayor y sentirlo desde la perspectiva de un quehacer que tiene que ver con el bienestar colectivo es, quizá, una de las experiencias más sana, más estimulante y más enriquecedora que he vivido. Tiene que ver, supongo, con los circuitos menos recientes de nuestro cerebro y su lento proceso de adaptación a la sobrevivencia a partir de la empatía y la compasión por el prójimo. Esos circuitos, de los que he hablado en artículos pasados, no son un invento literario ni un recurso ideológico, sino una realidad que emerge de los más recientes aportes de las neurociencias. Hacen a la esencia de nuestra conducta y –salvo posibles excepciones que desconozco– son parte del comportamiento de todas las entidades vivas.
El desgarro que provocó la muerte de Perón es diferente, definitivamente, a la ansiedad que generó la muerte de Kirchner. En el primer caso se trataba de la muerte del padre en un país adolescente. Perón parió, simbólicamente, un pueblo que estaba oculto e invisibilizado por los dueños del dinero. Su muerte creó, en ese pueblo, una profunda sensación de desamparo. Por su parte, la súbita desaparición de Néstor Kirchner encuentra a ese mismo pueblo en otra etapa histórica luego de haber atravesado el desierto de dolorosas dictaduras y bárbaros experimentos económicos. Lo encuentra, además, en pleno proceso de restauración de las viejas conquistas sociales del peronismo y, por consiguiente, en plena recuperación de su autoestima. No percibo, a pesar del dolor, ni desamparo ni miedo y sí una fuerte determinación de llevar adelante el proyecto de construir un país donde la justicia social acabe con la exclusión.
Fuente: Diario Perú 21. Sáb. 30 oct '10.
Recomendado:
Por: Guillermo Giacosa (Periodista)
Fue inevitable que la reciente e inesperada muerte de Néstor Kirchner me llevara al recuerdo de las muertes de Evita y Perón. El deceso de Eva Duarte fue festejado por mi padre como si se tratara de un éxito personal. Yo tenía apenas doce años y no entendía su alegría de la que nadie en casa participó. Años más tarde, en 1974, siendo yo líder barrial del peronismo en Rosario, asistí a la muerte de Juan Domingo Perón. Fue una jornada inolvidable. Una suerte de impronta emocional que vuelve recurrentemente a mí para recordarme el valor de la solidaridad y el quehacer comunitario. En realidad esos días valieron tanto como una carrera universitaria orientada a conocer las profundidades psicosociales del pueblo argentino. Y lo digo en plural pues fueron varios los días de pesar y luto que pasaron a enriquecer mi comprensión de algunos fenómenos políticos y que abrieron, en mis sentimientos, surcos tan desconocidos como inesperados. Con el peronismo –al que llegaba de una familia acomodada y por tanto profundamente antiperonista– descubrí emociones colectivas que hasta entonces había reservado al fútbol.
Sentirse parte de algo mayor y sentirlo desde la perspectiva de un quehacer que tiene que ver con el bienestar colectivo es, quizá, una de las experiencias más sana, más estimulante y más enriquecedora que he vivido. Tiene que ver, supongo, con los circuitos menos recientes de nuestro cerebro y su lento proceso de adaptación a la sobrevivencia a partir de la empatía y la compasión por el prójimo. Esos circuitos, de los que he hablado en artículos pasados, no son un invento literario ni un recurso ideológico, sino una realidad que emerge de los más recientes aportes de las neurociencias. Hacen a la esencia de nuestra conducta y –salvo posibles excepciones que desconozco– son parte del comportamiento de todas las entidades vivas.
El desgarro que provocó la muerte de Perón es diferente, definitivamente, a la ansiedad que generó la muerte de Kirchner. En el primer caso se trataba de la muerte del padre en un país adolescente. Perón parió, simbólicamente, un pueblo que estaba oculto e invisibilizado por los dueños del dinero. Su muerte creó, en ese pueblo, una profunda sensación de desamparo. Por su parte, la súbita desaparición de Néstor Kirchner encuentra a ese mismo pueblo en otra etapa histórica luego de haber atravesado el desierto de dolorosas dictaduras y bárbaros experimentos económicos. Lo encuentra, además, en pleno proceso de restauración de las viejas conquistas sociales del peronismo y, por consiguiente, en plena recuperación de su autoestima. No percibo, a pesar del dolor, ni desamparo ni miedo y sí una fuerte determinación de llevar adelante el proyecto de construir un país donde la justicia social acabe con la exclusión.
Fuente: Diario Perú 21. Sáb. 30 oct '10.
Recomendado: