El “chauvinismo”
Joignant, Alfredo
Uno de los mitos modernos más universales y misteriosos es el de un soldado imaginario, Nicolas Chauvin, cuyo heroísmo fue llevado a las tablas en el siglo XIX francés para ser exhibido y ridiculizado por los hermanos Cogniard.
Una arraigada leyenda cuenta que el soldado Chauvin, batallando bajo las órdenes de Napoleón, habría perdido tres dedos y una parte de su cráneo en medio del combate, además de haberse fracturado el hombro: a pesar de la adversidad física, este joven militar habría defendido con pasión y orgullo a su país. Ese es el curioso origen del “chauvinismo”, un sentimiento atávico e instintivo que permite dar la vida por una nación a partir de la experiencia de pertenecer a ella, quitando la vida a otros. Y fue sólo en la década del noventa del siglo veinte que una tesis doctoral pudo demostrar que Nicolas Chauvin nunca existió, aunque sí el sentimiento asociado al apellido del personaje.
Es este sentimiento elemental el que se vuelve a reproducir en Chile en la víspera del fallo que zanjará la demanda interpuesta por Perú ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya. En este sentimiento primitivo (antropológicamente hablando) convergen desde el diputado PPD Jorge Tarud, que reivindica la ratificación popular del fallo mediante un plebiscito imaginario y llama a abandonar el pacto de Bogotá bajo el cargo de que éste permite que “unos caballeros” decidan sobre asuntos de soberanía, hasta un analista gremialista, Axel Buchheister, que se suma a la genial idea de restarse de dicho pacto. Qué duda cabe: expresiones primarias de esta naturaleza recogerán el apoyo de una enorme mayoría de chilenos, cuyo fundamento no es otro que la reiteración del orgullo del soldado imaginario Chauvin. El “chauvinismo”, así como su primo el nacionalismo constituían para Einstein una enfermedad infantil, la “rubeola de la humanidad”. Tenía razón.
A decir verdad, no me preocupan ni el fallo ni quienes serán los derrotados, sino más bien sus repercusiones en la psicología de los pueblos y en las representaciones de su gloria. Estoy consciente de las implicancias económicas y de orgullo para unos y otros que este fallo implicará. Pero, seriamente hablando, ¿nos sentiremos realmente viviendo en un país más pequeño y estrecho, o es sólo una representación racial de la estrechez, en donde no nos es tolerable que el cholo tenga la razón? ¿Experimentaremos realmente un océano menos extenso, o será más bien la confirmación de que la diplomacia peruana es de primer nivel y la chilena de segundo rango, al haber descuidado el razonamiento político? Entonces, ¿es razonable interpretar el fallo en términos exclusivamente jurídicos, desconociendo que en las relaciones entre Estados subyacen culturas e historias, es decir, la política, lo que obligaba a actuar en términos no sólo jurídicos?
Si Chile es derrotado por Perú, en algún sentido que pocos entenderán, ante una Corte respetable que entiende de derecho y de política que permean al juicio jurídico, no será sólo por motivos expertos. Si el “chauvinismo” es una experiencia que se origina en una subjetividad arcaica, el patriotismo del que hace gala el diputado Tarud es un sentimiento primitivo y peligroso. En algún sentido expresa lo que es la mala política: manipulación de sentimientos primarios masivos; despolitización del juicio de realidad; orgullo patriotero a ultranza que es indiferente al aislamiento en el que podría caer Chile en el continente; belicismo disfrazado en una retórica de la justicia que en nada contribuye a la paz entre los pueblos, y menos al bien de Chile.