sábado, 14 de mayo de 2011

Christopher Hitchens, escritor y polemista feroz. Es posible "vivir una vida ética sin religión".

Un rebelde natural

Por: Hinde Pomeraniec

Mientras entrega con docilidad su cuerpo cada día para que la ciencia intente prolongar su vida, Christopher Hitchens espera la muerte con los ojos bien abiertos. En junio de 2010 supo que padecía un cáncer de esófago que hoy ya está en estadio 4: sabe muy bien que no hay por delante un estadio 5 de la enfermedad. Para quienes no lo conocen, Hitchens (Portmouth, Inglaterra, 1949) es un académico brillante y uno de los más polémicos periodistas del mundo, un crítico literario exquisito, rey de los iconoclastas y ateo combatiente, autor de varios libros implacables como Juicio a Kissinger , uno sobre la Madre Teresa que le valió la antipatía global de los defensores de la religiosa muerta en 1997 y otro, Dios no es bueno , un best seller que, paradójicamente, fue recibido como una Biblia por la comunidad atea. Es en este último ensayo donde su autor explica las bases por las cuales cree que es posible "vivir una vida ética sin religión" y ofrece argumentos sociales, políticos y culturales a través de los cuales, sostiene, "la religión lo ha envenenado todo".

Hitchens, quien fue ubicado en el séptimo lugar por la revista Time entre las cien personas más influyentes del mundo, es un hombre que ha probado los límites de la experiencia vital, siguiendo a pie juntillas los consejos de su colega Gore Vidal acerca de nunca desperdiciar una relación sexual ni una aparición en la TV. Ha fumado, ha bebido (trata de seguir haciéndolo cuando la quimioterapia se lo permite, el whisky también es panacea) y ha discutido con quien se cruzaba por su camino. Luego de pasar varias décadas alojado políticamente en la izquierda (eran famosos sus textos en el New Statesment y The Nation y hasta se declaró trotskista alguna vez), viró hacia la derecha de la mano de dos experiencias: la fatwa contra su amigo Salman Rushdie, en 1989, cuando el ayatollah Khomeini decidió aplicar la ley coránica al escritor por blasfemo; y, en 2001, los atentados del 11-S, que fueron para Hitchens la prueba irrefutable del daño que pueden provocar las religiones. "Sólo quienes desean transformar a los seres humanos terminan prendiéndoles fuego, como si fueran basura o un experimento fracasado", escribió alguna vez.

Desde 1981, el hombre de lengua de acero reside en Estados Unidos. En la actualidad, pasa sus días entre el hospital y su casa de Washington, acompañado por su segunda esposa, Carol, y visitado por alguno de sus tres hijos (cuando no por todos). Mientras sigue dando pelea en una batalla que sabe perdida, Hitchens acaba de publicar Hitch-22 , su libro de memorias, donde relata sus experiencias como enviado especial a lugares peligrosos del planeta como Afganistán, Irlanda del Norte en tiempos del IRA o el Beirut en llamas de la guerra civil entre libaneses. La enfermedad lo ha llevado a vivir una dolorosa temporada en lo que irónicamente bautizó como "Tumourville", una ciudad que no exige visa a sus turistas. Así y todo, sigue escribiendo con fervor: todo le interesa, como siempre; sus textos pueden abordar de manera incisiva una nueva novela tanto como la boda real del príncipe William y Kate o la muerte de Ben Laden. No es fácil ubicar a Hitchens, escudriñar su pensamiento; los patrones según los cuales se orienta su cosmovisión no son tangibles para la mayoría; es decir, no hay dogma que lo convoque o lo albergue. Luego de haber sido un durísimo crítico de las políticas de Ronald Reagan ("Reagan le está haciendo a su país lo que ya no puede hacerle a su esposa", decía, al borde de la vulgaridad), acompañó la invasión a Irak en 2003 y dio su apoyo a la fórmula ultraconservadora Bush-Cheney en 2004. Su íntimo amigo Martin Amis lo describe como un "rebelde natural", alejado de cualquier atisbo de lo que se conoce como sentido común. Así, pese a ser contrario al aborto, aprueba el uso de la pastilla del día después; defiende los derechos de las minorías, pero está en contra del matrimonio gay porque sostiene que convierte en conservador al movimiento por los derechos de los homosexuales, y dio y da apoyo a las operaciones militares estadounidenses en la guerra antiterrorista, aunque cuestiona cualquier acto que lesione la libertad de expresión.

Martin Amis escribió recientemente en The Observer una suerte de larga carta al amigo enfermo; si se quiere, una elegía antes de tiempo. Allí, Amis cuenta que el personaje de Nicholas Shackleton de su última novela, La viuda embarazada, no está basado en Hitchens, sino que es Hitchens, y relata varias experiencias compartidas con el objeto de plasmar la brillantez intelectual de su compañero de toda la vida. Además, invierte con ingenio una frase de Vladimir Nabokov, quien decía que pensaba como un genio, escribía como un distinguido escritor y hablaba como un niño para señalar que Hitch -como lo llama- "piensa como un niño, escribe como un distinguido escritor y habla como un genio".

En efecto, hay consenso sobre esto: las palabras de Hitchens son dagas que buscan destruir argumentalmente al interlocutor (y generalmente lo consiguen). Alguna vez, discutiendo con Charlton Heston el tema de la portación de armas, lo invitó a acomodarse la peluca. El brillo de su intelecto redondea frases perfectas aun cuando uno no acuerde con sus argumentos, y ha sido siempre un contrincante temible. La vida, la enfermedad, la decadencia son crueles: como producto de los múltiples tratamientos para prolongar su vida, hoy Hitchens (definido por Susan Sontag como "una figura soberana en el pequeño mundo de los que cultivan el campo de las ideas") casi no habla, debido a las úlceras que le provoca el tratamiento contra el cáncer.

Aquí van algunas de sus frases (no casualmente hay un libro compuesto por algunas de las más célebres):

"Una melancólica lección que da el paso de los años es comprender que ya nunca vas a poder hacer viejos amigos".

"Nosotros, los ateos, no somos inmunes al reclamo de lo maravilloso, del misterio y el sobrecogimiento: tenemos la música, el arte y la literatura, y nos parece que Shakespeare, Tolstoi, Schiller, Dostoievski y George Eliot plantean mejor los dilemas éticos importantes que los cuentos morales mitológicos de los libros sagrados. Es la literatura, y no las Sagradas Escrituras, la que nutre la mente y (ya que no disponemos de ninguna otra metáfora) también del alma".

"Nos conformamos con vivir sólo una vez, salvo a través de nuestros hijos, a los que nos alegramos absolutamente de sentir que debemos abrir camino y dejar sitio".

Acerca del sentimiento de padre de hijas mujeres: "Nada puede hacerlo a uno tan feliz o atemorizarlo tanto: es una sólida lección para las limitaciones del yo comprender que tu corazón está latiendo en el cuerpo de otro".

"La religión, es cierto, todavía posee la inmensa aunque torpe y poco flexible ventaja de haber llegado «primero»".

"Los terroristas de Manhattan representan el fascismo con un rostro islámico, y no tiene sentido emplear ningún eufemismo sobre eso. Lo que abominan de «Occidente», por decirlo en una frase, no es aquello que los progresistas occidentales rechazan y no pueden defender de su propio sistema, sino lo que sí les gusta y deben defender: sus mujeres emancipadas, su investigación científica, su separación entre religión y Estado".

A diferencia de gran parte de la humanidad, que sobre el final de su vida busca refugio en algún culto, Hitchens ha decidido partir de este mundo sin Dios alguno. Hijo de un padre marino, protestante, y una madre de origen judío que en edad madura optó por seguir al gurú Maharishi Mahesh Yogi (y terminó suicidándose junto con su amante, años después de abandonar a su marido y a sus hijos), para deleitar a sus esposas Hitchens se casó la primera vez por el rito ortodoxo griego y más tarde por el judío, aunque permanentemente aclara que su ateísmo es un ateísmo protestante. Se descalza en las mezquitas, se cubre la cabeza en las sinagogas, respeta a todos, pero pide que lo respeten y sean con él tan indulgentes como es él con los que creen: "Dejo para los creyentes lo de quemar iglesias, mezquitas y sinagogas de los demás, cosa que siempre se puede estar seguro de que acabarán haciendo".

Hace apenas días, imposibilitado de asistir al evento, Hitchens envió una carta a sus camaradas de la Conferencia Atea Estadounidense para instar a sus pares a llevar adelante la "revolución secular". "Nuestras armas son la mente irónica contra la mente literal, nuestra mente abierta contra la mente de los crédulos; la valiente búsqueda de la verdad contra las abyectas fuerzas que siembran temor y ponen límites a la investigación y que, estúpidamente, sostienen que nosotros ya tenemos toda la verdad que necesitamos tener", decía. En su carta, Hitchens explicaba que está sosteniendo "un largo debate con el fantasma de la muerte en el que aún no hay ganador", y aseguraba que a medida que la idea de la muerte se le torna más natural, el ruego por "la salvación o la redención se torna cada vez más vano y artificial". Una vez más dijo que rechaza el consuelo de la religión, ya que en lugar de ello cree cada vez más en la ciencia y en el apoyo de la familia y los amigos. Su enfermedad le dio un nuevo protagonismo y se ha convertido en centro de discusión de foros diversos, cuando no de víctima de expresiones soeces y vengativas, que imaginan su actual padecimiento como un castigo divino por su ateísmo. Pero también están aquellos que buscan confortarlo en estos momentos finales. Entre los cientos de cartas y rezos diarios que recibe rogando por su conversión, está la plegaria que publicó en The Washington Post su médico de cabecera, el doctor Francis Collins, un brillante científico cristiano, director del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, creyente devoto, tan famoso por experimentar con células madre en Maryland como por su libro ¿Cómo habla Dios? La experiencia científica de la fe , un tratado sobre ciencia y religión. En su plegaria, Collins -pionero en la experimentación y los estudios del genoma humano- aseguraba que no buscaba "ningún rescate supranatural" para Hitchens, sino un "milagro científico" para poder ayudar a seguir con vida a quien a esta altura se ha convertido en un gran amigo, pese a las diferencias religiosas.

Es difícil no tentarse con imaginar cómo serán los diálogos entre estos hombres, cuánto de sus respectivos pensamientos y modos de ver el mundo estarán influyendo en cada uno. Imposible no pensar si, en secreto, Collins está dudando de aquello que lo acompañó toda la vida mientras Hitchens imagina un rostro para su Dios.

Pero Hitch sigue firme. En una entrevista reciente con The Telegraph, contaba que mientras en una situación semejante a la suya muchos se rasgan las vestiduras preguntándose "¿por qué a mí?", él simplemente suele razonar: "¿Y por qué no?".

Fuente: Diario La Nación (Argentina). Martes 10 de mayo de 2011.

miércoles, 16 de febrero de 2011

El Debate ausente sobre la ilegítima Constitución de 1993.

Nueva Constitución

Por: Nicolás Lynch (Sociólogo)

En esta campaña hay un tema fundamental que la derecha en todas sus versiones –Keiko, Castañeda, García o Toledo– se esmera en ocultar: la necesidad de una nueva Constitución. Bajo el pretexto de que al país le está yendo bien y que no hay nada que mover para que las cosas sigan igual o peor, se ningunea este debate de fondo.

Hay dos tipos de constituciones sobre el planeta, aquellas que son un acuerdo de paz entre los ciudadanos y pueblos de un país y otras que aparecen como una declaratoria de guerra de alguna minoría sobre la inmensa mayoría de la nación. Este último es el caso del documento de 1993 impuesto por la dictadura de Fujimori y Montesinos sobre el pueblo peruano. Esta supuesta Constitución está viciada de origen porque fue producto de un golpe de Estado, elaborada por un régimen autoritario para quedarse y finalmente “aprobada” en un referéndum fraudulento.

Esta Constitución refuerza el poder de la minoría dominante cuando recorta los derechos sociales, especialmente los derechos del trabajo, minimiza el papel del Estado poniéndolo al servicio de los ricos, debilita al Legislativo con el unicameralismo, da lugar al capitalismo salvaje como único modelo posible en la economía y establece un desorden tal en el tema de la descentralización que hace a la misma inviable. Por ello es que da lugar a un orden democrático precario, imposible de consolidar en sus parámetros y obliga a que las mayorías, impedidas de expresarse a plenitud en estas condiciones, recurran a la protesta callejera, ya no solo como excepción sino como norma, para plantear sus demandas. Puesto en la disyuntiva de cambiar la Constitución o reprimir al pueblo, este régimen opta por lo segundo, siguiendo la lógica de la declaratoria de guerra y criminalizando la protesta.

Cuando se intenta poner en agenda el debate constitucional los voceros de la derecha suelen argumentar que la Constitución y las leyes no solucionan nada y que tal debate sería un tiempo perdido. Sin embargo, en 1993 estos mismos personajes cambiaron nuestro andamiaje legal para poder hacer posible el capitalismo de amigotes en el que vivimos, haciendo legal la masiva expropiación de bienes públicos y sociales que fueron las privatizaciones y el remate de nuestra riquezas naturales y nuestro territorio al mejor postor.

Es indudable por ello que el debate para lograr una nueva Constitución tiene la mayor importancia, porque esta será una de las piedras angulares para iniciar la gran transformación del país que nos dé una verdadera democracia.


www.nicolaslynch.com

Fuente: Diario La República (Perú). Mar, 15/02/2011.
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domingo, 23 de enero de 2011

"El gran milagro decimonónico de que las leyes estén por encima de los individuos que tienen poder".

Firma del Acta de Declaración de Independencía de Venezuela (1811)
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Juego de espejos

Por: Sergio Ramírez. Ex vicepresidente de Nicaragua y escritor.

Seguimos avanzando en la conmemoración de los bicentenarios de las independencias latinoamericanas. Este 2011, Venezuela y Paraguay.

Las independencias significaron el intento de implantación de un modelo que tomaba sus elementos principales de dos hechos que eran recientes: el nacimiento de Estados Unidos, que dio como fruto la proclama de una Constitución democrática, de equilibrios institucionales y separación de poderes; y la Revolución Francesa, que trajo la Declaración de los Derechos del Hombre. Era el siglo XVIII que entraba con retraso en tierras hispanoamericanas, o eran, más bien, las ideas reprimidas del iluminismo las que por fin tomaban cuerpo.

Ambos procesos, además, tenían el prestigio de haber probado la eficacia del proyecto liberal en contra de la monarquía derrotada, para dar paso a gobiernos republicanos de carácter representativo: repúblicas independientes y democráticas, al amparo de constituciones que, sin embargo, debían surgir de la nada. O de algo peor que la nada.

Es cuando empezamos a sufrir esa gran contradicción permanente, que se resuelve en un espejismo repetido: la nación ideal que describe la Constitución es tomada por real. Pero lo real se resiste a acercarse a lo ideal. El empecinamiento, lúcido e ilusorio a la vez, comienza por tratar de someter a los rigores de un modelo político una realidad múltiple, contradictoria y dispersa, compuesta por capas geológicas sociales, que a la vez son capas culturales, y que se superponen pero conviven en un extraño anacronismo contemporáneo. Convivían entonces, y siguen conviviendo, solo que dos siglos después se han agregado más capas a las antiguas.

Si nos acordamos bien, es lo que quería Don Quijote, que las ilusiones de los libros entraran en la realidad y fueran la realidad. Solo que los próceres querían que la realidad entrara dócilmente en los códigos, que el bien jurídico fuera el bien social. Y es lo que también quería Sancho cuando va a gobernar su ínsula de Barataria, promover el bien común bajo leyes justas, y por eso promulga las Constituciones del gran Sancho Panza, aunque luego escriba a su mujer que ha llegado a su gobierno de la ínsula para enriquecerse. No sabíamos cuánto el ejercicio del nuevo poder bajo la independencia, que rompía un molde y creaba al mismo tiempo otro, le debería a las filosofías cervantinas, tanto como a Jefferson y a Rousseau.

El poder justo, basado en las leyes, es aquel que tiene por fin, según el discurso de don Quijote sobre las Armas y las Letras, "poner en su punto la justicia distributiva, y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden". Pudo haberlas pronunciado Bolívar o el cura Morelos. Igual que para Don Quijote, delante de los próceres de la independencia se abría el abismo entre lo real y lo imaginario, lo posible y lo imposible, lo verosímil y lo inverosímil; toda esa distancia insalvable que hay siempre entre la proclamación legal del orden justo, y las pobres posibilidades de realizarlo, y que termina en la locura de las simulaciones, como lo había entendido Erasmo.

Es un modelo ideal que se plasma en las constituciones, pero la realidad no se deja atrapar tan mansamente bajo sus ataduras. Huye hacia delante, escapando a los apremios del ideal, una persecución que hoy aún no termina. Las palabras que componen el credo político se vacían de contenido y suenan huecas. Son palabras con autonomía, en burla constante de lo que quieren decir.

A la palabra democracia, por ejemplo, se agregan otras: democracia popular, democracia ciudadana, democracia participativa; o se ha creado el término poder popular, que no es sino la traducción libre de democracia. Pero la redundancia no es sino el resultado de la insuficiencia, y de la frustración. O de la demagogia.

A la hora de la independencia, Sancho se montó en el caballo, y don Quijote se montó en el burro. La propuesta, como quimera, es del loco; la prueba de poder, por el contrario, es para el rústico analfabeto. Los caudillos de la independencia devendrán en ambas cosas a la vez, Don Quijote y Sancho. Los letrados, encumbrados en el poder, se hacen cargo del discurso de las letras, y también del discurso de las armas. No en balde son letrados a caballo.

Pero no solo gobernaron los próceres que hemos aprendido a idealizar, en armadura de Don Quijote, y son personajes de novela. No hay personaje más atractivo para un novelista que Sancho mandando, como en tantas ocasiones en América Latina. Leguleyos y tinterillos. Pero sobre todo, sargentos y coroneles. Los mecanismos imprevistos que tiene el poder, desde el azar, la osadía y la ignorancia, están llenos siempre de misterio y de interés, y de risa, y de drama, en la literatura y en la vida.

Porque aún no se logra del todo el gran milagro decimonónico de que las leyes estén por encima de los individuos que tienen poder. Es decir, aún no se logra el ideal forjado con la independencia: que cuando surja un caudillo, lo metan en cintura las instituciones. Las instituciones soberanas, por encima de los señores de horca y cuchillo, intolerantes de la ley y burladores de las constituciones, amamantados por la propia independencia, madre pródiga y tuerta. Los que ensillaron desde entonces el caballo, y se montaron en el burro.

Fuente: Diario El País (España). 23/01/2011.

lunes, 17 de enero de 2011

Crítica a la islamofobia intelectual, política y mediática. Estado de bienestar y universalidad de los derechos.

Decálogo de la islamofobia nacional

Por: Luz Gómez García.
Profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid. Su último libro publicado es Diccionario de islam e islamismo (Espasa).

Hacían falta dos cosas para azuzar política y mediáticamente la estigmatización de los musulmanes: crisis y elecciones. Los próximos comicios de primavera serán propicios para estas estrategias.

Tal vez sea aquí, en nuestro propio país, donde menos se ha insistido en el carácter ejemplar de la reacción de la inmensa mayoría tras el 11-M. A la cordura de la calle tratando al terrorismo de terrorismo, sin concesiones a la estigmatización de los musulmanes, siguió un juicio penal que, mal que le pese a cierto sector mediático, fue la admiración de la intelligentsia europea y estadounidense. A medio camino entre la sorpresa admirativa y la envidia sana, España fue, una vez más, diferente.

La diferencia la marcaba esta vez el ciudadano de a pie, su sentido común, avezado en la brega con el terrorismo y propenso a una vivencia personal de la fe religiosa: que España es un país profundamente católico que no va a misa no es ninguna paradoja. Tras demasiados años de nacionalcatolicismo, de eso era de lo que se trataba: de deslindar Iglesia y Estado, iglesias y naciones. A nuestro modo, entendíamos mejor a nuestros nuevos vecinos musulmanes si ellos celebraban el Aíd y nosotros celebrábamos la Navidad. No mucho más complicada era la relación hasta que llegaron los cálculos electorales, los vientos del Norte y la crisis.

Desde siempre, por así decir, la derecha española ha coqueteado con el fantasma de la inmigración, en uno de sus típicos ejercicios de cinismo: a la par que el Partido Popular alimentaba cuidadosamente su discurso antiinmigración, la población extranjera pasaba del 1,6% al 8,4% durante los Gobiernos de Aznar. Por más que el porcentaje de musulmanes apenas llegara al 16% de los inmigrantes, el salto del fantasma general de la inmigración al fantasma particular del musulmán no presentaba dificultades: "¡Qué viene el moro!". No hacía tanto tiempo que la maurofobia y la maurofilia se debatían en el corazoncito del Régimen. El experimento fue adelante en las elecciones de 2008, con sus dudas y titubeos, pues en convocatorias anteriores no había dado los réditos esperados. Los debates que venían de Europa, avivados aquí con el ardor que nos caracteriza cuando de imitar al Norte se trata, acudieron en auxilio de los aventadores de la amenaza islámica, derechistas en su mayor parte, aunque no faltaron oportunistas de izquierda.

Sin embargo, y pese a lo que se sostiene, no se trata precisamente de que el islam vaya a deseuropeizar Europa, sino al contrario: son las élites europeas las que se sirven del islam para desmontar Europa, para actualizar las ideas-fuerza de unos nacionalismos que creíamos superados tras la brutalidad del siglo XX. Al paisaje suizo (¿qué es Suiza sino un paisaje?), le repugnan los alminares. Al "deber de civilizar" francés, le sulfura ver que las hoy compatriotas de Jules Ferry llevan hiyab. En Alemania, pueblo, tierra y lengua no admiten plurales en turco, kurdo o árabe. En los Países Bajos y Bélgica, siglos de inestable estabilidad comunitaria no soportan el roce de unas comunidades musulmanas que buscan su lugar. La lista de agravios de las patrias europeas podría seguir con Italia, Suecia, Reino Unido...

Pero España era diferente, su islamofobia ilustrada (esto es: intelectual, nuevorriquista, nuevoeuropeísta, masoquista por negadora de la propia historia) no cuajaba en una sociedad harta de viejas esencias nacionales. Hacía falta algo más para que ciertos sectores políticos la lanzaran contra el votante. Faltaba la crisis, eterno río revuelto del voto: el paro, el recorte de las prestaciones sociales, la degradación de los servicios públicos han de tener un culpable en la calle. En tiempos de tribulación, el desprecio a lo distinto se quita la careta y sale de caza. El viejo mundo frentista, el nosotros/ellos tan español, que en lo tocante a la herencia islámica ya dio pie a la división entre "albornocistas y castristas", halla nueva formulación: el ellos por excelencia, los musulmanes, es una sobrecarga para "nuestro" Estado de bienestar, con tanto trabajo conseguido, se dice, fundamental para el futuro de "nuestros" hijos, se remacha.

Empaquetar política y mediáticamente la islamofobia intelectual es fácil. Solo hacen falta dos cosas: crisis y elecciones. Acabamos de salir de los comicios catalanes. En primavera aguardan las autonómicas y municipales, siempre más propicias que las generales a este tipo de estrategias.

Ciertas televisiones, ciertas radios y ciertos periódicos ya han puesto en circulación la cantinela:

1. El islam es una amenaza para Europa, afirman. Según este aserto, no hay que descuidarse. España aún convive con la primera generación de inmigrantes musulmanes, pero nos resistimos a aprender la lección. Nos faltan recursos intelectuales y valor político para hacer frente a la amenaza islámica.

2. Occidente es superior al islam. La grandeza civilizacional de Occidente frente al islam es dogma de fe. La civilización islámica, si algún día fue grande, se fue por el desagüe de la historia.

3. El islam no ha tenido Reforma ni Ilustración, ni puede tenerlas. Es arcaico, no evoluciona, su doctrina se clausuró con la tríada Corán/Mahoma/charía. Lo islámico es refractario a la historia, a la disidencia y a la cultura.

4. El islam es incompatible con la democracia. Niega la libertad individual, la pluralidad y los matices. Es un sistema totalitario. Regula hasta el más mínimo detalle de la vida. Posterga al individuo en favor de la comunidad. Los musulmanes no saben gestionarse.

5. El islam atenta contra la dignidad de la mujer. La considera inferior, la aparta de la vida pública y la recluye tras el velo. Las musulmanas aceptan gustosas esta sumisión.

6. Los musulmanes son, intrínsecamente, unos radicales. La inmigración musulmana es un semillero de delincuencia y salafismo.

7. De todos los inmigrantes, los musulmanes son los más reacios a la integración: ¡ni los chinos ni los negros ponen tantos reparos!

8. La culpa es del laicismo. El laicismo anticatólico beneficia al islam. Se carga contra la Iglesia y se contemporiza con el islam. El relativismo cultural y la multiculturalidad son una plaga.

9. La culpa es del buenismo, que alimenta los vicios de los musulmanes y les da alas. El buenismo les anima al proselitismo y a la reivindicación del derecho a la diferencia.

10. Cataluña es la cabeza de puente de la islamización de España. Cataluña ampara a los musulmanes contra España. Se les quiere dar el derecho al voto para que voten contra España. Que el inmigrante musulmán no sea hispanohablante, es útil en el combate contra el castellano. Los musulmanes son manipulables...

Como todo decálogo, este de la islamofobia nacional tiene su corolario: quien no reconozca las anteriores verdades, no es un buen español, es un alma cándida desinformada o un islamista de tapadillo. Por lo general son las derechas quienes profesan estas ideas, pero tienen también seguidores entre la izquierda, con un lenguaje más disimulado o tibio. Son ideas que atentan contra los derechos individuales en nombre de la igualdad, y contra la igualdad en nombre de la libertad.

Si bien no es esta la ocasión de abordar las conexiones estructurales entre islamofobia y racismo, no deberían dejarse de lado, puesto que el islam no es la religión ni el modo de vida del hombre blanco europeo. Como ya sabía Angela Davis, el retorno del racismo es siempre algo voluntario, no el estallido de algo reprimido. La islamofobia crea y resuelve un problema, su propio problema. Que no es, por descontado, la gestión de la presencia de los musulmanes en Europa. El problema de los islamófobos es Europa misma, la Europa de la socialización a través del trabajo y de la escuela, la Europa de la ciudadanía y el espacio público abiertos y compartidos, la Europa propulsada por "la burguesía librepensadora y el movimiento obrero", en palabras de Daniel Bensaïd. Porque el hecho indisimulable es que se quiere desmontar el Estado de bienestar y la universalidad de los derechos en que Europa se sustenta.

Fuente: Diario El País (España). 17/01/2011.
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sábado, 15 de enero de 2011

Neofascismo y fundamentalismo. Sarah Palin, Tea party y la matanza de Arizona.

Sarah Palin: ¡carga y apunta!

La orden de la lideresa del Tea Party y la matanza de Arizona.

Por: Eduardo González Viaña. Escritor peruano y catedrático en Oregón.

En los años veinte del siglo pasado, un desconocido de bigotito solía pararse sobre las mesas de las cervecerías de Múnich para culpar a los judíos de todos los males que padecía la Alemania de entonces. Proclamaba que tomaría el Gobierno para exterminarlos y para construir una gran patria milenaria.

Poca gente culta le creyó. Un tío de mi amigo José Adolph, profesor en Heidelberg, aseguró que el hombrecito de ninguna manera llegaría al poder. «En todo caso, es un idiota inofensivo», dijo, «Alemania es un país culto. No lo toleraría ni un mes».

Cuando le aconsejaron escapar, el catedrático de Heidelberg decidió permanecer en su patria. Como millones de alemanes, tanto él como toda su familia, excepto el padre de José, que huyó con los suyos a Nueva York, fueron sacrificados en las cámaras de gas y en los hornos crematorios de Dachau, Auschwitz y Birkenau.

Hace dos años, la señora Sarah Palin ganó notoriedad en Estados Unidos como candidata a la Vicepresidencia en la lista del republicano John McCain. Sus cantinfladas sin fin y la muestra permanente y risible de su ignorancia la hicieron famosa y fueron a la postre uno de los orígenes del descalabro republicano.

«Made in Palin», se puede citar que: (1) África es un país, no un continente. (2) ¿Tres nombres de los periódicos americanos que leo?... Son muchos. Ejem, ejem, pero le traeré la lista la próxima vez que usted me entreviste. (3) ¿La función del Vicepresidente?? Ejem? Es estar a cargo del Senado. (4) Por supuesto, apoyaremos militarmente a nuestros aliados de Corea del Norte? Espere, espere? Corea del Norte, ¿es la que queda al Sur, no?

Y sin embargo, después de la derrota de McCain y en menos de dos años, la señora Palin se ha convertido en una lideresa. Su invención personal, el Tea Party le ha permitido manchar el prestigio del Partido Republicano y robarle la mayor parte de sus afiliados. Por fin, el palinismo se ha convertido en una fuerza política imparable, ganadora absoluta de las elecciones nacionales del pasado noviembre.

Aunque la señora confiesa no haber leído jamás un libro, aparte de los textos de Secundaria, ella y sus partidarios han elaborado un atractivo movimiento que evoca una de las historias de la Guerra de la Independencia. A propósito de ello, el noventa por ciento de sus partidarios no recuerda en qué año se produjo la independencia de los Estados Unidos.

El Tea Party proclama un violento nacionalismo. Su ideología, expresada en carteles, apunta, en primer lugar, contra el presidente Obama y contra el seguro universal de salud. Según Palin, el seguro de salud es propio de los países europeos que son todos socialistas y, por ende, enemigos de Estados Unidos.

Con apuntes garabateados en su mano izquierda mientras habla por TV, Palin ha logrado convencer a millones de norteamericanos pobres de que es preferible morirse de una enfermedad cualquiera que aceptar la gratuidad del seguro. «¿Quién va a pagar el seguro? Las empresas farmacéuticas... No, amigos, eso no es justo. Hay que detener las hemorroides (por decir hemorragia) de dólares que van a sufrir los ricos. No es justo, amigos. Ellos han ganado su dinero honradamente».

Palin reitera después los postulados del Partido Republicano, pero lo hace con ferocidad. Y sus «ideas» se expresan en las pancartas de su gente: «Hay que echar a los inmigrantes fuera de América. Hay que mandarlos a México», «Abajo la sodomía. Dile que no al socilismo (sic por socialismo)». «Defendamos la raza americana». «En el zoo hay un león (lyon) y en la Casa Blanca, un lying (mentiroso)». En otras pancartas y en las placas de los automóviles aparece el lazo de una horca y la caricatura del presidente Obama.

Acaso lo más temible de los ganadores de las elecciones de noviembre es su temible ignorancia. Sarah Palin los ha conquistado porque es la imagen de lo que ellos consideran una verdadera mujer americana que se enorgullece de contar que nunca compró un libro, ni entró en una biblioteca, ni conoció un teatro, ni mucho menos tiene pretensiones universitarias.

Para responder a los demócratas que piden la abolición de las armas de fuego en manos de particulares y el cese de la cacería de venados, la buena señora acude a la Biblia (que tampoco ha leído): «Si Dios no quería que comiéramos animales, ¿por qué los hizo de carne?».

Tal vez eso es lo más peligroso. En los carteles del Tea Party se lee: «Nosotros venimos desarmados? (Por ahora)» http://politicalhumor.about.com/library/bl-tea-party-signs.htm?PS=647%3A14&x=376&y=124.

En la página web de Sarah Palin, una orden conmina al lector «carga y apunta». Debajo de ella, hay un listado de políticos liberales a los que hay que apuntar.

Uno de sus asiduos lectores premeditó durante meses y, por fin, cargó, apuntó y disparó contra una congresista marcada por Palin. Gabrielle Giffords cayó gravemente herida. A su lado, murió un juez que pugnaba contra las leyes racistas de Arizona y una niña de 9 años. En total, seis personas y una veintena de heridos.

Un periódico de Madrid señala que «Sarah Palin no es responsable». Sus autores son irresponsables. No sé cuántos muertos más tienen que caer para que los redactores y, mejor que ellos, los norteamericanos se convenzan de que las tacitas de té del Tea Party contienen cianuro. Como dice Sarah Palin, «carga y apunta»... Y ya empezaron los disparos.

Fuente: Lne.es . Miércoles 12 de enero de 2011.