domingo, 23 de enero de 2011

"El gran milagro decimonónico de que las leyes estén por encima de los individuos que tienen poder".

Firma del Acta de Declaración de Independencía de Venezuela (1811)
.
Juego de espejos

Por: Sergio Ramírez. Ex vicepresidente de Nicaragua y escritor.

Seguimos avanzando en la conmemoración de los bicentenarios de las independencias latinoamericanas. Este 2011, Venezuela y Paraguay.

Las independencias significaron el intento de implantación de un modelo que tomaba sus elementos principales de dos hechos que eran recientes: el nacimiento de Estados Unidos, que dio como fruto la proclama de una Constitución democrática, de equilibrios institucionales y separación de poderes; y la Revolución Francesa, que trajo la Declaración de los Derechos del Hombre. Era el siglo XVIII que entraba con retraso en tierras hispanoamericanas, o eran, más bien, las ideas reprimidas del iluminismo las que por fin tomaban cuerpo.

Ambos procesos, además, tenían el prestigio de haber probado la eficacia del proyecto liberal en contra de la monarquía derrotada, para dar paso a gobiernos republicanos de carácter representativo: repúblicas independientes y democráticas, al amparo de constituciones que, sin embargo, debían surgir de la nada. O de algo peor que la nada.

Es cuando empezamos a sufrir esa gran contradicción permanente, que se resuelve en un espejismo repetido: la nación ideal que describe la Constitución es tomada por real. Pero lo real se resiste a acercarse a lo ideal. El empecinamiento, lúcido e ilusorio a la vez, comienza por tratar de someter a los rigores de un modelo político una realidad múltiple, contradictoria y dispersa, compuesta por capas geológicas sociales, que a la vez son capas culturales, y que se superponen pero conviven en un extraño anacronismo contemporáneo. Convivían entonces, y siguen conviviendo, solo que dos siglos después se han agregado más capas a las antiguas.

Si nos acordamos bien, es lo que quería Don Quijote, que las ilusiones de los libros entraran en la realidad y fueran la realidad. Solo que los próceres querían que la realidad entrara dócilmente en los códigos, que el bien jurídico fuera el bien social. Y es lo que también quería Sancho cuando va a gobernar su ínsula de Barataria, promover el bien común bajo leyes justas, y por eso promulga las Constituciones del gran Sancho Panza, aunque luego escriba a su mujer que ha llegado a su gobierno de la ínsula para enriquecerse. No sabíamos cuánto el ejercicio del nuevo poder bajo la independencia, que rompía un molde y creaba al mismo tiempo otro, le debería a las filosofías cervantinas, tanto como a Jefferson y a Rousseau.

El poder justo, basado en las leyes, es aquel que tiene por fin, según el discurso de don Quijote sobre las Armas y las Letras, "poner en su punto la justicia distributiva, y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden". Pudo haberlas pronunciado Bolívar o el cura Morelos. Igual que para Don Quijote, delante de los próceres de la independencia se abría el abismo entre lo real y lo imaginario, lo posible y lo imposible, lo verosímil y lo inverosímil; toda esa distancia insalvable que hay siempre entre la proclamación legal del orden justo, y las pobres posibilidades de realizarlo, y que termina en la locura de las simulaciones, como lo había entendido Erasmo.

Es un modelo ideal que se plasma en las constituciones, pero la realidad no se deja atrapar tan mansamente bajo sus ataduras. Huye hacia delante, escapando a los apremios del ideal, una persecución que hoy aún no termina. Las palabras que componen el credo político se vacían de contenido y suenan huecas. Son palabras con autonomía, en burla constante de lo que quieren decir.

A la palabra democracia, por ejemplo, se agregan otras: democracia popular, democracia ciudadana, democracia participativa; o se ha creado el término poder popular, que no es sino la traducción libre de democracia. Pero la redundancia no es sino el resultado de la insuficiencia, y de la frustración. O de la demagogia.

A la hora de la independencia, Sancho se montó en el caballo, y don Quijote se montó en el burro. La propuesta, como quimera, es del loco; la prueba de poder, por el contrario, es para el rústico analfabeto. Los caudillos de la independencia devendrán en ambas cosas a la vez, Don Quijote y Sancho. Los letrados, encumbrados en el poder, se hacen cargo del discurso de las letras, y también del discurso de las armas. No en balde son letrados a caballo.

Pero no solo gobernaron los próceres que hemos aprendido a idealizar, en armadura de Don Quijote, y son personajes de novela. No hay personaje más atractivo para un novelista que Sancho mandando, como en tantas ocasiones en América Latina. Leguleyos y tinterillos. Pero sobre todo, sargentos y coroneles. Los mecanismos imprevistos que tiene el poder, desde el azar, la osadía y la ignorancia, están llenos siempre de misterio y de interés, y de risa, y de drama, en la literatura y en la vida.

Porque aún no se logra del todo el gran milagro decimonónico de que las leyes estén por encima de los individuos que tienen poder. Es decir, aún no se logra el ideal forjado con la independencia: que cuando surja un caudillo, lo metan en cintura las instituciones. Las instituciones soberanas, por encima de los señores de horca y cuchillo, intolerantes de la ley y burladores de las constituciones, amamantados por la propia independencia, madre pródiga y tuerta. Los que ensillaron desde entonces el caballo, y se montaron en el burro.

Fuente: Diario El País (España). 23/01/2011.

lunes, 17 de enero de 2011

Crítica a la islamofobia intelectual, política y mediática. Estado de bienestar y universalidad de los derechos.

Decálogo de la islamofobia nacional

Por: Luz Gómez García.
Profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid. Su último libro publicado es Diccionario de islam e islamismo (Espasa).

Hacían falta dos cosas para azuzar política y mediáticamente la estigmatización de los musulmanes: crisis y elecciones. Los próximos comicios de primavera serán propicios para estas estrategias.

Tal vez sea aquí, en nuestro propio país, donde menos se ha insistido en el carácter ejemplar de la reacción de la inmensa mayoría tras el 11-M. A la cordura de la calle tratando al terrorismo de terrorismo, sin concesiones a la estigmatización de los musulmanes, siguió un juicio penal que, mal que le pese a cierto sector mediático, fue la admiración de la intelligentsia europea y estadounidense. A medio camino entre la sorpresa admirativa y la envidia sana, España fue, una vez más, diferente.

La diferencia la marcaba esta vez el ciudadano de a pie, su sentido común, avezado en la brega con el terrorismo y propenso a una vivencia personal de la fe religiosa: que España es un país profundamente católico que no va a misa no es ninguna paradoja. Tras demasiados años de nacionalcatolicismo, de eso era de lo que se trataba: de deslindar Iglesia y Estado, iglesias y naciones. A nuestro modo, entendíamos mejor a nuestros nuevos vecinos musulmanes si ellos celebraban el Aíd y nosotros celebrábamos la Navidad. No mucho más complicada era la relación hasta que llegaron los cálculos electorales, los vientos del Norte y la crisis.

Desde siempre, por así decir, la derecha española ha coqueteado con el fantasma de la inmigración, en uno de sus típicos ejercicios de cinismo: a la par que el Partido Popular alimentaba cuidadosamente su discurso antiinmigración, la población extranjera pasaba del 1,6% al 8,4% durante los Gobiernos de Aznar. Por más que el porcentaje de musulmanes apenas llegara al 16% de los inmigrantes, el salto del fantasma general de la inmigración al fantasma particular del musulmán no presentaba dificultades: "¡Qué viene el moro!". No hacía tanto tiempo que la maurofobia y la maurofilia se debatían en el corazoncito del Régimen. El experimento fue adelante en las elecciones de 2008, con sus dudas y titubeos, pues en convocatorias anteriores no había dado los réditos esperados. Los debates que venían de Europa, avivados aquí con el ardor que nos caracteriza cuando de imitar al Norte se trata, acudieron en auxilio de los aventadores de la amenaza islámica, derechistas en su mayor parte, aunque no faltaron oportunistas de izquierda.

Sin embargo, y pese a lo que se sostiene, no se trata precisamente de que el islam vaya a deseuropeizar Europa, sino al contrario: son las élites europeas las que se sirven del islam para desmontar Europa, para actualizar las ideas-fuerza de unos nacionalismos que creíamos superados tras la brutalidad del siglo XX. Al paisaje suizo (¿qué es Suiza sino un paisaje?), le repugnan los alminares. Al "deber de civilizar" francés, le sulfura ver que las hoy compatriotas de Jules Ferry llevan hiyab. En Alemania, pueblo, tierra y lengua no admiten plurales en turco, kurdo o árabe. En los Países Bajos y Bélgica, siglos de inestable estabilidad comunitaria no soportan el roce de unas comunidades musulmanas que buscan su lugar. La lista de agravios de las patrias europeas podría seguir con Italia, Suecia, Reino Unido...

Pero España era diferente, su islamofobia ilustrada (esto es: intelectual, nuevorriquista, nuevoeuropeísta, masoquista por negadora de la propia historia) no cuajaba en una sociedad harta de viejas esencias nacionales. Hacía falta algo más para que ciertos sectores políticos la lanzaran contra el votante. Faltaba la crisis, eterno río revuelto del voto: el paro, el recorte de las prestaciones sociales, la degradación de los servicios públicos han de tener un culpable en la calle. En tiempos de tribulación, el desprecio a lo distinto se quita la careta y sale de caza. El viejo mundo frentista, el nosotros/ellos tan español, que en lo tocante a la herencia islámica ya dio pie a la división entre "albornocistas y castristas", halla nueva formulación: el ellos por excelencia, los musulmanes, es una sobrecarga para "nuestro" Estado de bienestar, con tanto trabajo conseguido, se dice, fundamental para el futuro de "nuestros" hijos, se remacha.

Empaquetar política y mediáticamente la islamofobia intelectual es fácil. Solo hacen falta dos cosas: crisis y elecciones. Acabamos de salir de los comicios catalanes. En primavera aguardan las autonómicas y municipales, siempre más propicias que las generales a este tipo de estrategias.

Ciertas televisiones, ciertas radios y ciertos periódicos ya han puesto en circulación la cantinela:

1. El islam es una amenaza para Europa, afirman. Según este aserto, no hay que descuidarse. España aún convive con la primera generación de inmigrantes musulmanes, pero nos resistimos a aprender la lección. Nos faltan recursos intelectuales y valor político para hacer frente a la amenaza islámica.

2. Occidente es superior al islam. La grandeza civilizacional de Occidente frente al islam es dogma de fe. La civilización islámica, si algún día fue grande, se fue por el desagüe de la historia.

3. El islam no ha tenido Reforma ni Ilustración, ni puede tenerlas. Es arcaico, no evoluciona, su doctrina se clausuró con la tríada Corán/Mahoma/charía. Lo islámico es refractario a la historia, a la disidencia y a la cultura.

4. El islam es incompatible con la democracia. Niega la libertad individual, la pluralidad y los matices. Es un sistema totalitario. Regula hasta el más mínimo detalle de la vida. Posterga al individuo en favor de la comunidad. Los musulmanes no saben gestionarse.

5. El islam atenta contra la dignidad de la mujer. La considera inferior, la aparta de la vida pública y la recluye tras el velo. Las musulmanas aceptan gustosas esta sumisión.

6. Los musulmanes son, intrínsecamente, unos radicales. La inmigración musulmana es un semillero de delincuencia y salafismo.

7. De todos los inmigrantes, los musulmanes son los más reacios a la integración: ¡ni los chinos ni los negros ponen tantos reparos!

8. La culpa es del laicismo. El laicismo anticatólico beneficia al islam. Se carga contra la Iglesia y se contemporiza con el islam. El relativismo cultural y la multiculturalidad son una plaga.

9. La culpa es del buenismo, que alimenta los vicios de los musulmanes y les da alas. El buenismo les anima al proselitismo y a la reivindicación del derecho a la diferencia.

10. Cataluña es la cabeza de puente de la islamización de España. Cataluña ampara a los musulmanes contra España. Se les quiere dar el derecho al voto para que voten contra España. Que el inmigrante musulmán no sea hispanohablante, es útil en el combate contra el castellano. Los musulmanes son manipulables...

Como todo decálogo, este de la islamofobia nacional tiene su corolario: quien no reconozca las anteriores verdades, no es un buen español, es un alma cándida desinformada o un islamista de tapadillo. Por lo general son las derechas quienes profesan estas ideas, pero tienen también seguidores entre la izquierda, con un lenguaje más disimulado o tibio. Son ideas que atentan contra los derechos individuales en nombre de la igualdad, y contra la igualdad en nombre de la libertad.

Si bien no es esta la ocasión de abordar las conexiones estructurales entre islamofobia y racismo, no deberían dejarse de lado, puesto que el islam no es la religión ni el modo de vida del hombre blanco europeo. Como ya sabía Angela Davis, el retorno del racismo es siempre algo voluntario, no el estallido de algo reprimido. La islamofobia crea y resuelve un problema, su propio problema. Que no es, por descontado, la gestión de la presencia de los musulmanes en Europa. El problema de los islamófobos es Europa misma, la Europa de la socialización a través del trabajo y de la escuela, la Europa de la ciudadanía y el espacio público abiertos y compartidos, la Europa propulsada por "la burguesía librepensadora y el movimiento obrero", en palabras de Daniel Bensaïd. Porque el hecho indisimulable es que se quiere desmontar el Estado de bienestar y la universalidad de los derechos en que Europa se sustenta.

Fuente: Diario El País (España). 17/01/2011.
Recomendado:

sábado, 15 de enero de 2011

Neofascismo y fundamentalismo. Sarah Palin, Tea party y la matanza de Arizona.

Sarah Palin: ¡carga y apunta!

La orden de la lideresa del Tea Party y la matanza de Arizona.

Por: Eduardo González Viaña. Escritor peruano y catedrático en Oregón.

En los años veinte del siglo pasado, un desconocido de bigotito solía pararse sobre las mesas de las cervecerías de Múnich para culpar a los judíos de todos los males que padecía la Alemania de entonces. Proclamaba que tomaría el Gobierno para exterminarlos y para construir una gran patria milenaria.

Poca gente culta le creyó. Un tío de mi amigo José Adolph, profesor en Heidelberg, aseguró que el hombrecito de ninguna manera llegaría al poder. «En todo caso, es un idiota inofensivo», dijo, «Alemania es un país culto. No lo toleraría ni un mes».

Cuando le aconsejaron escapar, el catedrático de Heidelberg decidió permanecer en su patria. Como millones de alemanes, tanto él como toda su familia, excepto el padre de José, que huyó con los suyos a Nueva York, fueron sacrificados en las cámaras de gas y en los hornos crematorios de Dachau, Auschwitz y Birkenau.

Hace dos años, la señora Sarah Palin ganó notoriedad en Estados Unidos como candidata a la Vicepresidencia en la lista del republicano John McCain. Sus cantinfladas sin fin y la muestra permanente y risible de su ignorancia la hicieron famosa y fueron a la postre uno de los orígenes del descalabro republicano.

«Made in Palin», se puede citar que: (1) África es un país, no un continente. (2) ¿Tres nombres de los periódicos americanos que leo?... Son muchos. Ejem, ejem, pero le traeré la lista la próxima vez que usted me entreviste. (3) ¿La función del Vicepresidente?? Ejem? Es estar a cargo del Senado. (4) Por supuesto, apoyaremos militarmente a nuestros aliados de Corea del Norte? Espere, espere? Corea del Norte, ¿es la que queda al Sur, no?

Y sin embargo, después de la derrota de McCain y en menos de dos años, la señora Palin se ha convertido en una lideresa. Su invención personal, el Tea Party le ha permitido manchar el prestigio del Partido Republicano y robarle la mayor parte de sus afiliados. Por fin, el palinismo se ha convertido en una fuerza política imparable, ganadora absoluta de las elecciones nacionales del pasado noviembre.

Aunque la señora confiesa no haber leído jamás un libro, aparte de los textos de Secundaria, ella y sus partidarios han elaborado un atractivo movimiento que evoca una de las historias de la Guerra de la Independencia. A propósito de ello, el noventa por ciento de sus partidarios no recuerda en qué año se produjo la independencia de los Estados Unidos.

El Tea Party proclama un violento nacionalismo. Su ideología, expresada en carteles, apunta, en primer lugar, contra el presidente Obama y contra el seguro universal de salud. Según Palin, el seguro de salud es propio de los países europeos que son todos socialistas y, por ende, enemigos de Estados Unidos.

Con apuntes garabateados en su mano izquierda mientras habla por TV, Palin ha logrado convencer a millones de norteamericanos pobres de que es preferible morirse de una enfermedad cualquiera que aceptar la gratuidad del seguro. «¿Quién va a pagar el seguro? Las empresas farmacéuticas... No, amigos, eso no es justo. Hay que detener las hemorroides (por decir hemorragia) de dólares que van a sufrir los ricos. No es justo, amigos. Ellos han ganado su dinero honradamente».

Palin reitera después los postulados del Partido Republicano, pero lo hace con ferocidad. Y sus «ideas» se expresan en las pancartas de su gente: «Hay que echar a los inmigrantes fuera de América. Hay que mandarlos a México», «Abajo la sodomía. Dile que no al socilismo (sic por socialismo)». «Defendamos la raza americana». «En el zoo hay un león (lyon) y en la Casa Blanca, un lying (mentiroso)». En otras pancartas y en las placas de los automóviles aparece el lazo de una horca y la caricatura del presidente Obama.

Acaso lo más temible de los ganadores de las elecciones de noviembre es su temible ignorancia. Sarah Palin los ha conquistado porque es la imagen de lo que ellos consideran una verdadera mujer americana que se enorgullece de contar que nunca compró un libro, ni entró en una biblioteca, ni conoció un teatro, ni mucho menos tiene pretensiones universitarias.

Para responder a los demócratas que piden la abolición de las armas de fuego en manos de particulares y el cese de la cacería de venados, la buena señora acude a la Biblia (que tampoco ha leído): «Si Dios no quería que comiéramos animales, ¿por qué los hizo de carne?».

Tal vez eso es lo más peligroso. En los carteles del Tea Party se lee: «Nosotros venimos desarmados? (Por ahora)» http://politicalhumor.about.com/library/bl-tea-party-signs.htm?PS=647%3A14&x=376&y=124.

En la página web de Sarah Palin, una orden conmina al lector «carga y apunta». Debajo de ella, hay un listado de políticos liberales a los que hay que apuntar.

Uno de sus asiduos lectores premeditó durante meses y, por fin, cargó, apuntó y disparó contra una congresista marcada por Palin. Gabrielle Giffords cayó gravemente herida. A su lado, murió un juez que pugnaba contra las leyes racistas de Arizona y una niña de 9 años. En total, seis personas y una veintena de heridos.

Un periódico de Madrid señala que «Sarah Palin no es responsable». Sus autores son irresponsables. No sé cuántos muertos más tienen que caer para que los redactores y, mejor que ellos, los norteamericanos se convenzan de que las tacitas de té del Tea Party contienen cianuro. Como dice Sarah Palin, «carga y apunta»... Y ya empezaron los disparos.

Fuente: Lne.es . Miércoles 12 de enero de 2011.