jueves, 10 de octubre de 2013

Fin del enciclopedismo y ascenso del pensamiento no memorístico.

LOS ÚLTIMOS DE SU ESPECIE


Pablo Quintanilla (Filósofo)
Disfruto leyendo a Vargas Llosa. Sigo con placer sus oraciones bien construidas, la cuidadosa elección de las palabras, el equilibrio y el ritmo con que juega con la sintaxis, arriesgando a veces, en ocasiones desconcertando, siempre deleitando.
Tanto en sus novelas como en sus ensayos, el lenguaje es un personaje más del texto. Mario es lo que se llamaría un orfebre de la palabra, lo que ha logrado tanto gracias a un talento natural como a un oficio practicado, pulido y entrenado por décadas.
Sus oraciones no me impactan tanto porque muestren un ángulo de las cosas iluminador, como sería el caso de Lawrence Durrell, Gore Vidal, Cortazar o Borges. No percibo la mirada existencial que hallo en Marguerite Yourcenar, Iris Murdoch o Philip Roth. Vargas Llosa cincela oraciones bien ensambladas, así como textos agudamente hilvanados que generan atmósferas envolventes.
Aunque no siempre estoy de acuerdo con sus tesis políticas, la idea principal de su libro La civilización del espectáculo -arduamente criticado- me pareció algo incomprendida. Pero ahora sí tengo una discrepancia de fondo. En su reciente artículo, “Entre caballeros andantes y juglares” (La República, 06/10/2013) Mario termina prediciendo, con tono apocalíptico, el fin de los grandes intelectuales de antaño. Termina afirmando que con la muerte de Martín de Riquer se va uno de los últimos grandes humanistas, “uno de los últimos de su especie”, pues la memoria y el trabajo intelectual serán reemplazados por las computadoras, por lo cual “todos sabremos todo, lo que equivale a decir: nadie sabrá ya nada”.
Mario tiene razón en que el internet y los buscadores han transformado la vida intelectual. Ya es necesario almacenar grandes cantidades de datos en el cerebro, porque dispositivos externos a nosotros hacen ese trabajo. De manera análoga, Sócrates lamentaba que la escritura congela y coagula el pensamiento –y por ello nunca escribió nada-, pero fue gracias a ese dispositivo externo a él que nosotros podemos saber, gracias a Platón, como pensaba. La posibilidad de almacenar grandes cantidades de información sin usar la memoria permitirá que concentremos nuestra atención en otra cosa. Ya no en recordar, eso lo harán las máquinas, sino en seleccionar y procesar la información de manera creativa y novedosa. No será un mérito saber datos sino tener la habilidad de integrar la información de manera original. Los exámenes no medirán la capacidad del disco duro sino la calidad del procesador. Riquer y Vargas Llosa están entre los últimos intelectuales de una era que se acaba, en que el acceso a la información era tarea difícil y el retenerla un mérito valorado. Pero empieza otra y, estoy seguro, esta será más interesante y retadora. Toda la información está ahora en nuestras manos, sea si uno vive en Nueva York o en el Valle del Colca. Vamos a ver qué podemos hacer con ella.
Fuente: Diario 16. 10 de octubre del 2013.